Había visto mil cosas. Había sentido el aire en mis espinillas desde la cornisa de un edificio y olido el vértigo de la caída. Incluso había creído sentir nauseas de embarazo… Pero aquello fue demasiado para mi estómago, y te hablo de un estómago maltratado que probablemente esté ya ulcerado a los veintitantos por todo lo que coció dentro. Aquello no fue efecto de la coca, ni la coca lo hacía más gracioso ni lo categorizaba con el estátus de “estar en la llama”. Se podía decir que mi propio estatus era “out of line”. Ya no sabía por dónde andaba, tenía tanto en la cabeza que nada era capaz de vislumbrarse por sí solo, todo era un conjunto de malos cabos enredados.
Y las cosas cambian. Van y vienes. Vas y vienen.
En mi caso llegó Petra, aunque he de confesar, que no sé si hubiese tenido huevos suficientes para tirarme. Yo era de otros vuelos, vuelos que me prometió Petra en forma de horas malgasgastadas de felicidad fingida y falsa seguridad.
Aquella noche hubiese sido otra más si el destino me hubiese premiado con otra de mis míticas resacas sin nada más que una laguna por recuerdo. Buah, aquellas sí eran noches, de hecho podría contabilizar más lagunas que recuerdos tengo. Triste pero cierto.
En un último esfuerzo por normalizar las cosas Petra hechó mano de lo que buenamente pudo: contacto directo con su infancia para llenar una noche de color blanco y olvidarnos de que alguna vez habíamos sido alguien. Martín nunca fallaba.
El plan olía a leguas a desesperación e intento frustrado por recuperar nuestra esencia -si alguna vez habíamos tenido alguna- aunque lo triste era que pensáramos que lo único que nos pudo unir fueron un par de gramos de mierda blanca; pese a que, para ser honestos, la droga había estado presente en todos nuestros mejores y peores momentos. ¿Por qué no invitarla entonces? Era una más, la habíamos personificado: Droga presidiría la fiesta.
Cuando digo que olía a desesperación me quedo corto, voy a decir que incluso sabía a desesperación propia, pues cada raya, cada bomba la tomábamos con más y más ansia. No había vuelta atrás. Sentíamos cada granito de aquel mal polvo e incluso de los que aún nos quedaban por meter. Era lo más próximo que estuvimos a comer por los ojos.
He de confesar que el hecho de que Thais no viniese me aliviabaun poco, al menos no tendría que enfrentarme a ella esa noche y, aunque me preocupaba infinitamente, lo más cerca que había estado de ella había sido desde la puerta de su habitación antes de intentar hacerme el héroe saltando al vacío. Le debía a Petra estar ahí, pero bueno, era la mierda nuestra de cada día. Hoy por ti, mañana por mí… aunque últimamente era más “Hoy por mí, mañana por mí también”.
Joder, aquella fiesta seguía apestando a desesperación; sobre todo cuando vi entrando por la puerta a Miguel. “Petra tía, como te canteas”, debía gustarle mucho el chaval para tomarse tantas molestias, si no se lo hubiese tirado y punto.
Por el momento, aquella noche yo había decidido consagrarme a la música. Ni siquiera escuchaba, solamente bailaba, y no lo que pinchaba Miguel, yo bailaba lo que creía oír. Para mí, yo si que estaba en la llama y de ahí, al cielo. Me apetecía hablar con estas lo mismo que me tragarme mi propio vómito, pasaba totalmente de oír retaílas de falsas lecciones morales tan hipócritas como sus propios disfraces a juego con su caretas de “que guay, que feliz soy”. ¿Feliz? ¡Una mierda feliz! Ya no debería ni permítirsenos usar esa palabra. Para alcanzar un mínimo de felicidad necesitábamos estar puestos las 24 horas y, aunque la mitad del tiempo lo pudiesemos conseguir, la otra parte que se nos escapaba dolía como cien vidas de sufrimiento.
Y es que esta vida requiere otra, u otras dos o tres más, pues la siguiente la pasaríamos integramente limpiándonos de todo lo que nos habíamos metido. Allí estaba Ale y Selena con sus míticas discusiones de nada… fumar, no fumar… ¿Qué coño importaba el jodido humo cuando tomábamos la madre de los corderos? Y en medio Lidia como si no estuviese, haciendo que escuchaba mientras pensaba en sabe dios qué tipo de perversiones no humanas. Cómo había cambiado la cabrona, ahora no era más que la sombra de sí misma, en realidad como todos nosotros, solo que ella era la sombra del grupo entero, siempre atrás, sin mediar palabra como si su carga la eximiese del contacto humano. Ni que fuesemos peor que ella, ¡si todos estábamos hechos de la misma calaña! En fin… nunca las entenderé, y aquella noche tampoco me interesaba mucho, yo lo daba todo solo por la farándula.
Caye llegó tarde, demasiado para ser una fiesta y tratarse de ella, ya estábamos todos hasta las trancas. Yo ya solo veía notas musicales a mi alrededor. En mi pentagrama yo era más feliz que nada.. ¿¿Pero en qué momento había regresado Caye de Helsinki?? Era raro que no me hubiese llamado al llegar… Y aún así la muy perra no me hizo ni caso, quizá para disimular, pues como nos juntásemos tendríamos que hablar sí o sí de lo que yo prefería secreto, y había muchos oídos; de todos modos, parecia interesarse por otra polla más gorda: Martín. Y no fueron muchas horas después cuando nos otorgaron el honor de presenciar una auténtica escena pornofestiva en aquel sofá lleno de mugre. Tanto me resbalaba todo, que acabé por resbalar yo mismo por las cinco líneas de la noche y acabé estrepitosamente cayendo de la partitura. Perdí la batuta, sólo quería vomitar por completo las melodías que había tomado. Literalmente. Así que me fui directo a mi segundo personaje nocturno favorito, compañero infalible de cánticos en soledad y sueños con los pantalones bajados: mi querido Baño. Pero esta vez no llegué ni siquiera a pisarlo. Vi lo que se cocía desde el pasillo. Y cuando digo cocía no es por constumbre: hoy la cosa iba de bollos. Raquel y Petra. - Sí, y digo yo Petriña, que técnica más buena esta de traerte al chico que te gusta para desaparecer y comerte la boca con una tía. O quizás el otro era algún tipo de esos de Petra que sentía morbo por lo imposible y le encantaba que le pusiesen cachondo aunque no fuese a tocar nada. La verdad, no lo creo, el pobriño Miguel parecía de lo más normal, no sé que hace entre nosotros... Hoy era nuestro Yang, pobriño meu. No sabe dónde se mete. Sí señor Petra, esa noche tocaste el techo. Bravo.
Y me fui el primero. No sin antes, ante tal despliegue pirotécnico, dibujar en el suelo el resumen de la noche con lo primero que me salió de la boca. Vaya asco.
Necesitaba aire fresco. Me sente en el primer banco que vi, lejos del local, pero lo suficientemente cerca como para ver si alguna salía. Y en efecto así fue. Los primeros fueron Caye y Martín. Madre, parecía que para ellos el mundo acababa esa noche. Allí mismo se pusieron sin pudor alguno a hacer lo inimaginable. Si fuese hetero por lo menos podría disfrutar del espectáculo, pero nada, ni en eso había suerte. Desenfrenados, Miguel la empotró contra la pared y la levantó a pulso. Él, a penas los pantalones un poco bajados y Caye con la falda levantada se le veía el alma. Espera eso no era el alma. ¡¡Ostias!! ¿¿Tatuaje?? Seré gilipollas… La cabrona era lista… Llegaba tarde, estábamos todos puestos, ni me viene a saludar… ¿Quién se iba a dar cuenta con todo lo que se parecían? La hermanita además del parecido físico, tira en pécora a la mayor… ¿¿Sienna, qué tramas??
El espectáculo era grotesco, pero tenía curiosidad por saber qué hacía Sienna en la fiesta, por qué se hizo pasar por Caye y dónde estaría la pelandrusca.
Acabaron escandalosamente en una postura un tanto estraña. Se separaron y… ¿¿¿??? Sienna le concede una patada en los mismísimos, le coge algo de la chaqueta y se va corriendo como alma que lleva el demonio, dejando a Martín de rodillas en la acera. Esto sí es un mal polvo. Bonita despedida. Sienna nunca defrauda.
Intenté levantarme y seguirla, pero tropecé y cai de morros.. Me fui a levantar. Vi unos pies a mi lado, unos zapatos negros demasiado limpios. Antes de mirar arriba una patada en la boca me tiró de nuevo para ver mi móvil vibrando en el suelo. Leo estaba llamando, con todo el tema de Thais me había olvidado de ella. Soy lo peor. Intenté coger el teléfono pero fue rápido y me piso la mano. Nunca había sentido de un modo tan profundo el suelo. Intenté ver su cara por segunda vez, defenderme y gritar algo pero solo salía sangre de mi boca. Los zapatos siguieron regalandome golpes hasta que lo único que sentí ya era el sabor a herrumbre de la sangre y cai rendido.
V.
Modo Gavela
Hace 12 años
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