Puedes ser una perra sumisa o una gata callejera. Puedes ponerte correa y bozal o ser libre.
Aunque a la mayoría les gustan más el mundo de lo canino yo opté, ya hace bastante, por el arrabal y sus fieras.
No es algo malo… tampoco bueno, pero los genes ya me habían predestinado a forjarme la vida usando como arma dos ojos de mirada felina.
Entré a casa, por primera vez en mucho tiempo y por última hasta el fin de mis días.
Gerardo no era mi hermano pero estoy jodidamente enferma. Es probable que, aunque realmente compartiéramos sangre, hubiera arrastrado mis garras por su espalda hasta el cigarro de después. Algunos le llaman ninfomanía, yo… ganas de conocer más a fondo el cuerpo humano, hasta dónde te eleva el grito de un orgasmo.
Nunca me había parado a pensar que esas ansias de descubrir, de ir más allá, me harían rebasar el límite y mentir. Mentí a Petra. Le mentí mirando sus focos canela, esos que nunca fueron deshonestos conmigo, esos que acompañaban sus frases punzada con el calor de la sinceridad de una amiga.
Todos sabían ya que no tenía vínculo familiar alguno con Gerardo o quedaba menos para que lo supieran. Habían visto a su primo Joan y a Petra juntos, hablando… y eso me estaba matando. Para la voz más bonita de la tierra omitir un hecho era faltar al mandamiento número no sé cuál del antiguo testamento. Petra lo contaba todo. No existía pacto que le hiciera callarse nada.
No me apetece ser juzgada bajo un árbol que sólo sabe de desgracias.
Aquí estaba, en la habitación que había dejado de ser mía hace mucho tiempo. Si las paredes de esta parte hablaran, lo harían de poetas y de algunas borracheras. No me preguntes porqué, pero aún en estos momentos me pregunto en qué punto de mi vida se pervirtió tanto la realidad para vestir mis columnas a remiendos de lo peor, con transparencias de puta, necesidad de drogas varias no siempre físicas y tantísimo ruido de rock malo.
La caja fuerte, mis ahorros, algo de ropa… todo en una maleta pequeña para no facturar dirección Helsinki.
La gata ha gastado otra vida. Se me olvidó lo más importante. Se me olvidó caer de pie.
Un sobre:
Destinatario: Tais.
Contenido: 1000 euros.
No hay notas que escribir, ni despedidas que enviar.
Quiero comprobar si soy capaz de echar tanto de menos a alguien como para volver a pedir perdón.
Antes de embarcar voy al baño en la terminal 1 del aeropuerto de Barajas. Escucho arcadas y gemidos en uno de los compartimentos de al lado. Sale una mujer gorda, vieja, mal maquillada, vestida de pieles. Detrás, un hombre. Alto, delgado, rubio. Me suena. Levanta la cara. ¡Vicens!
C.
Modo Gavela
Hace 12 años
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