miércoles, 30 de diciembre de 2009

Recaída

Bienvenida a la parodia de tu vida, querida. Buscaba el momento en el que todo se me había ido tantísimo de las manos, el click que me indicaba que la maquinaria quebraba y no escuché. Si de niña hubiese sabido que me iba a ver tal y como estaba, me lo hubiera pensado todo un par de veces. No había sido una niña brillante, pero creo que nadie habría vaticinado que un martes podrían encontrarme allí, metida debajo de las sábanas, desnuda, con su sobre en la mano. Era o insultante, o lo más generoso que había hecho en su vida, pero las cosas que Caye hacía siempre eran así de equívocas. A mí y a mi orgullo nos pareció una afrenta, que hubiese aparecido de repente un sobre en mi casa, con mi nombre, como una donación anónima a una ONG. Preñadas necesitadas. Para más inri, Vicens había desaparecido, sin dejar rastro, mi favorito sobre el que escupir saliva ardiendo.

No podía apartar la idea de mi cabeza, sabía que ella quería que yo lo hiciese, que le echase narices al asunto y me plantase allí, y acabar con todo rápido, y que dejase de perturbar su paz y la de todo lo que le rodeaba. Y la verdad es que no era mala idea. De repente atravesando el silencio y el calor denso que se acumulaba bajo las sábanas rojas escuché como desde otra dimensión el teléfono vibrando en la mesilla. La voz rota de Joan me subió el corazón a la garganta, me presionó los pulmones y me regaló un pelotazo de adrenalina como hacía tiempo que no sentía.

- ¿Te apetece que nos veamos? ¿Te importa que me acerque hasta tu casa? Necesito hablar contigo.
- Si, si claro. Ven cuando quieras, no creo que me mueva de aquí.

Reaccionar después fue lo más difícil que había hecho durante todas esas semanas. Y lo hice, de repente volví a la tierra. Me di cuenta de todo, como si el resto de los días me hubiese torturado por el simple placer de la autocompasión, de ser más desgraciada que los demás pero sin saber por qué, sin tener ninguna razón, como si me hubiese levantado un día con el pie izquierdo, un día que duraba semanas. El móvil vibrando otra vez. Y su nombre en la pantalla, para comprobar que su dinero iba a ser bien invertido.

- Hola morena, ¿Cómo estás? Tengo que hablar contigo- Todo el mundo tenía que hablar conmigo.
- Dime Caye.
- Es que vi a Vicens hoy, y creo que no está pasando nada bueno con él. No se de que palo va, pero creo que está sin dinero y que ya no sabe de donde sacarlo.
- Que se joda, que se meta a puta.
- No te rías del tema, no estoy segura de que no se le haya ocurrido a él esa idea…lo vi salir del baño con una señora digamos…de aspecto no muy agradable, vamos que no era su tipo, primero porque era un espanto, y segundo porque no era un hombre. Además quería preguntarte que ibas a hacer con el dinero, ya sabes…
- No lo sé Caye, pero si te consuela, en cuanto lo sepa, serás la primera en enterarte.

Cuando colgué abrí el sobre y extendí el dinero sobre la cama, como una manta más, arropada por la sensación de que tenía en mis manos el punto y final. Me vestí mirando de reojo la cama, y llamaron a la puerta. Al otro lado él y sus rizos, y sus ojos clavándoseme. Entró como si entrase en su casa, como los ciegos que memorizan donde se coloca cada mueble pudiendo recorrerlo todo a oscuras. Me esperó invitándome a entrar en mi propia casa, de repente él era el jugador local. Se sentó en el brazo del sofá y empezó a hablar, serio pero a la vez suave, y la verdad es que era el mejor sedante del mundo. Lo sabía todo, Petra me había ahorrado el trabajo, sin pedírselo, en su papel de madre buscando el respeto de una hija ultrajada, le había dado un tirón de orejas, y el había venido.

- Tendrías que habérmelo dicho tú, no entiendo como puedes excluirme de esto, pero no quiero discutir, solo quiero que no te sientas sola, y que sepas que esto es cosa de los dos.
- Yo iba a decírtelo, pero no me dio tiempo, no quiero que pienses que no me importas.
- Vale, pero la…- Y de repente se lo llevó el horizonte, y yo seguí su mirada hasta la doble puerta que dejaba ver mi cama forrada con su manta de papel.
- ¿Para qué quieres tanto dinero?- Y se acercó hipnotizado a la cama. Y en la cama la nota aclaratoria de Caye, para ayudarme a pillar la indirecta que arrastraba el sobre: “Es todo tuyo, haz lo que tengas que hacer. Yo estoy contigo.”- ¿Qué coño es esto, qué coño ibas a hacer? ¿Primero no me dices nada, y ahora te crees que puedes hacer lo que te de la gana sin ni siquiera avisarme?
- Yo no iba a hacer nada sin avisarte, ni siquiera sabía si hacerlo, no había decidido aún nada yo…
- Pero ya considerabas la opción y ni se te había ocurrido llamarme para decírmelo, parece una coña, que tenga que venir yo a contarte a ti que estás embarazada, que parece que ni tú te enteras.
- Joan, vete a la mierda.

No fui yo, juro que no fui yo la que lo dijo, no podía haberle dicho yo eso. Era más mi cara de sorprendida por lo que había salido de mi boca que la suya. Se dio la vuelta y salió por la puerta sin dar ni un portazo, de lo más elegante. Corrí al teléfono y marqué de memoria.

- Edgar ven, tráete algo, lo más rápido que puedas.
- Nena no creo que tú debieses ahora mismo…
- Edgar, por tu madre, por una vez en tu vida olvida que somos amigos y no te comportes como alguien decente. Ya tengo aquí el dinero. Ven.
- Dame media hora.

No sé que voz puse por teléfono, pero debí ser muy convincente, porque hasta él estaba emocionado por lo que había conseguido, “lo mejor de lo mejor”. Nos sentamos los dos en la mesa vieja del comedor, a jodernos la vida un rato, a jodérnosla un poquito más, que total, no nos iba a hacer daño. Hacía demasiado tiempo que no me sentía así, como si me regalasen más vidas que quemar después de la mía, no como una reencarnación, si no más bien como si tuviese unas cuantas más de repuesto.





Me desperté como si se me hubiesen matado 20 veces. Y no vi nada claro, la cara de Edgar, sus ojeras, el gotero, la enfermera, la cortina, jeringuillas, batas blancas, voces dulces, olor a lejía.

- Joder, estás despierta. ¡Ey, está despierta!

T.

No hay comentarios:

Publicar un comentario