Era tarde. Sí, estaba mal. Podía ser horroroso, despiadado, incoherente tal vez. No me había sentido más sucio en toda mi vida… Pero tenía que hacerlo por su bien. Solamente una única cosa me impulsaba. No había nada más importante para mí en ese momento: Ellas.
La integridad del grupo dependía de aquella cruda y fría elección; o al menos, era ésta la solución que rondaba mi cabeza. Sabía que esto supondría convertirme en el blanco de su odio, desaparecer del mapa, pero cesaría por fin el insoportable desgaste que todos sufríamos. A pesar de que pintase mal, todavía esperaba que Petra me entendiese, ella siempre lo hacía.
Ya estaba bien de problemas de faldas y braguetas. Tenía que callarlas a todas. Quizás no fuese la mejor de las formas, pero a veces, un hecho vale más que mil palabras.
Tenía el frasco en mi bolsillo. Tenía a mi objetivo en frente y la noche a mi favor. Lenguas viperinas había de sobra y el doble de ojos para contemplarme. Por suerte, me habían otorgado el don de agradar a la gente, permitiéndome intervenir airoso en cualquier conversación...
Ahí estaba Gerardo, el maldito titiritero que había hilado a toda la pandilla hasta el punto de volverlas unas en contra de las otras, hacerlas llorar sangre y maquillarse de falsedad…
Con lo que nosotros éramos… Ya verá…
No se daban cuenta de que para él eran un juego, simples muñecas que podía hinchar a su gusto, con una mera llamada. No era humano.
Me acerqué como siempre y comencé a hablarle de las chicas. Ése era en su verdadero talón de Aquiles. No me costaba nada falsear con él. Lo odio.
En un momento de descuido, procurando ser lo más sutil posible, saqué el frasco y lo vacié entero en su copa acocacolada. - Bien, nadie me había visto - Fingí un triste brindis discotequero y el muy imbécil se la tomó de golpe. Todo como esperaba.
Pronto noté un cambio de excesiva embriaguez y euforia en sus ojos. Él estaba como una moto, sus pantalones abultados lo delataban, se tiraría a cualquier piedra que supiera dirigirlo. Por suerte, yo sabía.
Y ahí, entre las miradas de medio Oasis y con mis niñas a punto de llegar, nos empezamos a besar como si no hubiese mañana. Gerardo no sería gay, pero aquella droga no entendía de tendencias sexuales, sólo de placer y vicio. Yo estaba ahí para dárselo.
Ojos desafiantes y acusadores se clavaban en nosotros mientras nos dirigíamos al baño. Allí continué con la tontería hasta que el sentido común me poseyó y mi umbral de repulsión fue sobrepasado. Tuve que apartarlo. La culpa y el remordimiento superaban en frialdad a mi sangre.
Pero el daño estaba hecho. Ese hijo de puta ya no podría más con nosotros. Las marionetas se rebelaron. Era historia, aunque yo también me viese arrastrado al foso del olvido...
El bien o el mal estaban hechos y mis cartas jugadas. Ahora estaba solo.
V.
Modo Gavela
Hace 12 años
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