lunes, 26 de octubre de 2009

De tripas corazón.

Cuando decidí salir por fin del baño y que me acuchillase la cara la niebla de la mañana no era para sentirme mejor. Para mí la noche del árbol no había sido ni un consuelo ni un descanso. Ya estaba un poco hasta los cojones de tener que escuchar y tragar, y la verdad es que las cosas últimamente no eran de color de rosa, así que cuando hace como un mes me volvieron a decir que tenía que sentarme debajo del puñetero arbolito otra vez se me revolvieron las tripas.

A lo mejor yo no era así, Petra podía decir lo primero que se le ocurriese, describía todo lo que le pasaba con pelos y señales, escatológico o no, y yo no era capaz ni de decir esta boca es mía. Me pasé toda aquella noche mirando como Vicens removía la tierra y arrancaba hierba del césped, y me clavaba en sus ojos perdidos. Estoy segura de que ni la mitad de nosotros estábamos donde teníamos que estar.

Caminaba mirándome los pies, no sentía las manos, y ni siquiera me importaba, prefería no sentir absolutamente nada. Si corría a casa de Vicens no era para que me ofreciesen algodones, una caricia y una sonrisa, para eso habría ido a ver a Caye, que sabía cómo quitarle hierro al asunto y hacer que te olvidases de todo por un momento. Sabía a dónde iba, sabía dónde me metía y sabía lo que me iba a decir. Podría ganar millones adivinando las reacciones de ese hombre. Necesitaba que me lo dijese alguien, necesitaba una hostia más grande que la que me había llevado esa mañana, y que me vaciasen por dentro y me tirasen el mundo a la cara de repente. Yo no era valiente, era atrevida, me atrevía a escupirle a la cara a cualquiera, pero luego no me faltaban ganas de salir corriendo. Quería que me golpease la realidad, pero no quería que me golpease sola contra una baldosa de baño.

Delante de su puerta no sabía qué era lo que sentía, vergüenza o miedo al rechazo. Cuando Vicens me abrió me encontré sentada en su sofá a Petra. No me importaba, sabía que ella tampoco iba a tener piedad, y quizá me viniese bien un dos contra uno.

- Thais, ¿qué pasa?, ¿qué haces aquí?

Creo que la cara de Petra no cambió cuando se lo dije a los dos, Vicens se volvió loco, sabía que pasaría, lo conocía, fui yo la que lo separó hace unas noches de un polaco delante del Oasis, yo me llevé una muñeca torcida, Vicens un brazo magullado, y el polaco una mandíbula rota. ‘Con él, ¡además de él!, ¿tú eres consciente de lo que va a pasar?, está jugando contigo, ¡lo hace con todas!’. Petra encendió un cigarro como si nada hubiese pasado, cruzó una pierna y echó todo el humo echando la cabeza hacia atrás

- ¿Vas a tenerlo o vas a abortar?

Yo no esperaba nada de él, de Gerardo no se podía esperar nada más que veneno. Ni siquiera recuerdo como pasó, solo recuerdo su cara en el bar, acercándose, y el humo, y el baño de hombres. Y a día de hoy no sé que sería peor, si lo que ya había pasado, o lo que iba a pasar.


T.

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